A la caza del unicornio
Todo humano, demasiado humano, aderezado, por fortuna, con reflexiones hilarantes, juegos coquetos, y equívocos a lo screwball.
Como dice el personaje de Tedd, la sinopsis de esta obra pudiera ser: “Chico conoce a chico. Chica conoce a chico. Chico deja a chico. Chica deja a chico…”, pero se quedaría corta. Porque entre camas y mesas, amores imposibles y asesinatos pasionales, los cuatro personajes enfrentan pasado con futuro, recuperan anhelos y niegan realidades; transitan por sus amores cotidianos para encerrarse en la intimidad menos ácida de los amores platónicos, aquellos que no se dañan con el tiempo porque nunca fueron cuerpo. Sin embargo, entre tanta elipsis y tantos silencios –los secretos de familia que solo se diluyen con unas tantitas gotas de humor negro–, “Camas y mesas” también nace como un canto dedicado a los amigos de toda la vida, a los que nos sostienen cuando el entorno se hace disparatado e inhóspito. A los que no preguntan o nos dicen verdades como puños y después se van, dejando la puerta entreabierta: “Te encanta fingir que tienes capas de piel que sencillamente te faltan”.
Y si de amores hablamos, el que siente Emilio Williams por el teatro es incondicional. Por eso realiza juegos alternativos, como malabares, subvierte géneros y crea piezas que se construyen en connivencia con el público, mirándole de frente, a los ojos, porque es para el público de teatro para quien escribe. Para los amantes.
Mónica Sánchez